martes, 18 de agosto de 2009

volar

Cualquiera que me conozca sabe que volar nunca ha sido precisamente mi actividad favorita.

Ayer tomé un vuelo que me tenía especialmente desconcertada, sobre todo por no tener muy clara la razón que me llevó a hacerlo.

Desde antes de despegue fuimos advertidos de que sería “algo turbulento”, cosa que menos me emocionó.

Pero por alguna extraña razón, durante el muy movido ascenso entendí que no es tan diferente a la vida misma.

Inicia con cierta emoción y un grado de incertidumbre, con planes y metas claras. En el camino se enfrentan complicaciones, momentos duros, turbulencias y nubes de tormenta que hay que cruzar.

Parece que todo empieza a aclararse, por ahí a lo lejos, se ven rayos de sol y cielo azul. Y de pronto llega otro embate, un viento u otra nube que desbalancea.

Y entonces lo que hacemos es respirar, poner el pie en el acelerador, pasar lo más rápido posible ese momento complicado y seguir adelante.

Al final, si superamos el miedo a esas turbulencias, la vida nos dará momentos que valgan la pena, como el de un cielo azul en contraste con una alfombra de nubes blancas, brillantes y pachonas.

Quizá delante haya otras turbulencias, tal vez… pero después de todo el viaje habrá valido la pena.

1 comentario:

Juan Valdez dijo...

Creo que no había conocido nunca tu faceta reflexiva como la estoy conociendo ahora.

Creo que las "turbulencias" siempre te hacen valorar los detalles más sencillos del viaje, aquellos que a veces por pequeños pasabas desapercibidos.

En mi última visita a México olvidé darles algo a ti y a LC que necesito compartir con ustedes. Espero vernos pronto para poder hacerlo.

Un abrazo.