miércoles, 14 de enero de 2009

a las patadas

Soy futbolera de corazón. Entre mis mejores recuerdos están las visitas al Estadio de CU con mi papá. México ’86 fue uno de los primeros grandes acontecimientos que marcaron mi infancia.

Bueno, mi afición llega al grado de llorar cuando mi equipo pierde en la liguilla, tener balones de futbol en todas sus presentaciones, por toda mi casa, coleccionar los uniformes más inverosímiles y ver los partidos más inesperados.

Contrario a lo que pensaran, no soy muy aficionada a las películas u otro tipo de producciones que agarran como tema central el futbol, será porque en términos generales hacen unas cosas terribles, previsibles, aburridas, que nada tienen que ver con la realidad.

Pero bueno, igual me dejé llevar por la ola de comentarios y accedí a ver Rudo y Cursi, con todo y que tenía los ingredientes perfectos para ser buenísima o, absolutamente al contrario, ser la cosa más plástica y artificial producida por “las grandes estrellas del cine mexicano”.

Me podría clavar en el análisis cinematográfico profundo y seguro la mayoría de ustedes tendrá un conocimiento mucho más amplio que yo. Si los personajes están bien logrados, si la fotografía, si la musicalización produce los sentimientos esperados en el espectador y un largo etcétera.

Todo eso, en pocas palabras, me gustó… en realidad me gusto mucho.

Pero lo que me encantó y, entre risas y pasitos duranguenses me puso a pensar, fue esa forma de retratar el futbol mexicano. Habrá quien piense que es una caricatura, que está terriblemente exagerado, que son ganas de hacer quedar mal al deporte más popular de este país.

Lo aterrador del asunto es que no es nada de lo anterior. Es triste y preocupante pensar en la cantidad de futbolistas en México que pasan por historias similares. Que son grandes talentos descubiertos por un vividor con los contactos adecuados, que no tienen idea de qué pueden exigir o cuáles son sus derechos, que de pronto empiezan a ganar cantidades de dinero que nunca se imaginaron y que no saben cómo administrar, mucho menos cómo crear un patrimonio, que por lo mismo se vuelven presas fáciles de abusivos, gandallas, lagartonas, rémoras y todo tipo de especies.

Tal vez como consecuencia de lo anterior tampoco es extraño que caigan en prácticas poco recomendables como apuestas, juegos de azar y malas compañías.

Al final vivimos en un país donde el futbol es lo más importante, pero el futbolista es lo menos. No sé de un club de primera división que se ocupe de capacitar a sus jugadores en temas como digamos finanzas personales, inteligencia emocional, planeación, etc. Temas que al final afectan a la vida de cualquiera, sobre todo cuando es una figura pública.

La realidad es que pocos de los jugadores que llegan a la primera división lo hacen con una carrera universitaria, hay casos en que ni siquiera cuentan con una educación formal, ¿sería mucho pedir que esas directivas que se hacen millonarios con estas “estrellas” se preocuparan algo por ellos?

Y bueno, el día que quisieron organizarse como gremio, todos sabemos a dónde fueron a parar.

Ahora que si creen que esto hace que me guste menos el futbol… pues no, en realidad me hace admirar más a los futbolistas y respetar esos 90 minutos que salen y se mueren en la cancha… y ojo que dije que se mueren en la cancha… porque las divas esas que ni se despeinan o ven una concentración de selección nacional como la oportunidad de conocer el mundo… bueno esas son harina de otro costal.

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